Carta nº 9
Correspondencia manuscrita del Maestro de la República Abel Bravo del Rincón, dirigida al canónigo Bruno Morey Fiol, durante los años de 1943 a 1960. Entre ambas circunstancias, con palabras sinceras, silencios naturales, fechas y recuerdos, consiguen ambos narrar el equilibro entre la confrontación y lo natural de sentir, pensar, convivir y así sobrevivir. ***** 1957 (y nota... Leer más La entrada Carta nº 9 aparece primero en Zenda.
Correspondencia manuscrita del Maestro de la República Abel Bravo del Rincón, dirigida al canónigo Bruno Morey Fiol, durante los años de 1943 a 1960. Entre ambas circunstancias, con palabras sinceras, silencios naturales, fechas y recuerdos, consiguen ambos narrar el equilibro entre la confrontación y lo natural de sentir, pensar, convivir y así sobrevivir.
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1957 (y nota final de 1958)
“Mi muy querido Bruno: Estos días pasados llegó a mi poder tu última y, como todas, cariñosa y especialísima carta del 8-10-57, que me produjo dos impresiones distintas: una, de alegría, por ser tuya y por los elogios con que tu bondad me honra siempre, y otra desagradable, por los inacabables padecimientos que te ha producido la perturbadora Flebitis.
Aquellos cantos pastoriles tan vinculados a la vida, donde el tituti es posible que fuera el agudo sonido producido por esa flauta de caña que viaja lejos y alegra veloz cualquier festejo, son la nítida armonía que acompaña o acompasa la memoria y atesora una serie de procesos. Del cuaderno con la reunión de estas canciones, Abel no deja borrador alguno, salvo títulos aislados y sensaciones.
«Para que te sirva de recordatorio —y no ceses de acordarte— de las cosas que entonces cantábamos, adjunto con esta carta, te envío un cuaderno con la letra de la mayor parte de los cantos de nuestro repertorio. De este modo, al leerlas, el recordatorio será más vivo. En la última escuela que tuve, Baños de Mula, había un niño de inteligencia clarísima para comprender todas las cosas que no tuvieran relación con los números. ¡Yo sólo sé el trabajo que me costó enseñarle a dividir! Todo esto hay que tenerlo a la vista… Y cuando salíamos al campo y nos fijábamos en los fósiles marítimos y estratificaciones, que tanto dicen en cuanto al proceso de formación de los terrenos, no hacíamos más que señalar el camino que siguen los sabios para conocer mejor la historia de la Tierra en su aspecto geológico. Esa misma seguían los alumnos de una Institución en Madrid, a quienes llevaban al Guadarrama con mucha frecuencia para enseñarles estas mismas cosas sus profesores especializados en la materia… Yo no hacía más que imitar, pero con menos ciencia que ellos. No me atrevo a pensar lo que hubieras llegado a ser, si en lugar de caer en mis manos inexpertas caes en manos de esos competentísimos Profesores…”
Con esta humildad y un concepto que no se consideraba ‘de excelencia’, se expresa Abel tras perfilar experiencias, sucesos, personas y lugares en páginas y páginas manuscritas, con la generosidad de quien reúne lo que falta por hacer junto a lo que no se debe olvidar.
En 1991, en el prólogo a las memorias que decidió abordar Bruno Morey, con el título El darrer canonge, Camilo José Cela destaca que don Bruno es el producto de una forma de vida pasada por los libros, la tradición y la clemencia. Por ellas desfilan, envueltas en su propia circunstancia, todos y cada uno de los personajes con los que hemos coincidido en mayor o menor grado… Ya en el capítulo XVII (Rosari de recordances), escrito en lengua balear, le dedica líneas y párrafos a su maestro, al que define como compañero permanente de su vida, persona de gran categoría humana y profesional: Don Abel fue un adelantado de la moderna pedagogía en aquellos años de ignorancia y obscurantismo. Describe la cantidad de actividades e iniciativas que llevó a la escuela pública de Valldemossa, destaca la música y la pintura, y de cómo, cada mes, llegaba un conferenciante distinto para charlar sobre temas culturales y científicos, a quién se podía preguntar y con el que era posible debatir. Organizaba excursiones pedagógicas que eran autenticas carpas ambulantes de geología, botánica y geografía. A la vez que les legaba aquella biblioteca de 1.500 volúmenes, ciertas personas pusieron a rodar la idea de que aquel maestro era ateo, y seguro que esto permeó por aquella sierra de Tramuntana, por las calas y pequeñas playas, y por los pasillos de alguna iglesia, y por otros de diferente filiación política, así fue como prosperó aquella idea del ‘Maestro ateo’.
Las memorias de Bruno recurren en ocasiones a las cartas del Maestro, le sirven de recordatorio o de constatación, y también con ellas aclara varias circunstancias: Fui alumno de aquella escuela parroquial, que más tarde tuvo que ser cerrada por el incidente que ya conocía, y del que fui protagonista involuntario. La gente del pueblo solía decir que era ateo, pero nunca sentí una palabra despectiva contra la religión, al contrario, facilitaba la labor apostólica del rector entre sus seguidores… Fue el educador de toda una generación de valldemossines que nunca han podido olvidar su obra… Solía hacernos cocinar en la propia escuela, y los alumnos veíamos crecer y madurar las espigas mientras escuchábamos sus explicaciones. Cuando estalló la guerra civil, estaba en el bando republicano de Alcantarilla, en Murcia, donde no hubo asesinatos de albañiles ni de capellanes. Sin embargo, los franquistas les detuvieron a él y a su padre y les llevaron a un campo de concentración. Me enteré de lo sucedido cuando acababa de llegar de Roma, donde había hecho amistad con Ibáñez Martín, que dejó Roma para ser nombrado ministro de Educación. Sin pensarlo dos veces, le escribí una carta en la que le decía que consideraba que (Abel) tan solo había luchado por una España más libre y más justa.
La madre de Bruno era una mujer instruida, entregada a la música y decían que muy religiosa. Pudo ocurrir que quisiera encaminar a su hijo hacia lo espiritual y que ‘fomentara’ el abandono o expulsión del docente ateo. Es posible. En el anexo de Abel, de Otras Notas, aborda su situación en Valldemossa, de nuevo con una pulcritud que le lleva a cribar lo que supuso aquella época y las presiones constantes: «…Y para estar seguro de mi rectificación, se me exigió un Diario de todo lo que hacía. Mi labor era la misma vista por ti que vista por otros. Tu la apruebas y ensalzas y tal vez la hubieras premiado de tener facultades para ello.» Lo cierto es que sí; sí fue la madre de aquel Brunito, Maria Fiol y Muntaner, quien influirá en la vocación sacerdotal de su hijo, potenciando lo que le convenía y apartando a quienes consideraba que no cumplían con sus expectativas, además de organizar y encaminar a su Brunito al ingreso en el Seminario, que ocurre en 1928. La muerte de María en 1932, cuando el canónigo tenía ya 16 años, siendo un adolescente que naufragaba en sus sensaciones, sentimientos y el concepto de pecado, determinó en él un carácter revisionista y díscolo. Su maestro fue un soporte fundamental, su generosidad le capacitó para confrontar las medias verdades, lo sesgado, y la responsabilidad de lo que terminaría por averiguar y constatar. Por entonces, Santiago Ramón y Cajal exaltaba el concepto de Escuela Única, indicando que había que salvar todos los ríos que se pierden en el mar y todas las inteligencias que se pierden en la ignorancia, y eso es, en definitiva, lo que con empeño hizo Abel desde que llegó a Valldemossa en 1924. Tras ser apartado de la enseñanza, y cerrarse la escuela para reabrirla tiempo después, sobrevuela en el canónigo la certeza de que, por cantidad de caminos y recovecos, de una forma o de otra, directa o indirectamente, él era responsable de los avatares, penurias y daños de su querido maestro. Sabe que él mismo puede ser la razón por la que en 1927 se le traslada a la escuela de Baños y Mendigo, en un primer nombramiento provisional.
«¿…Te dije que me jubilaron en marzo pasado? Pues desde el día 5 de marzo ya no pertenezco al Magisterio. Estoy en Alcantarilla. Me entretengo en dar clase por la mañana, por la tarde y por la noche. Hasta que cambie de plan.»
A continuación, el maestro abre página. La enmarca. Hay una emoción muy contenida, casi obligada, casi no le pertenece poder disfrutar de ello, o no le corresponde recibir regalo alguno de la vida, y escribe:
Visita de Bruno Morey Fiol, en Alcantarilla, 9 de abril de 1959.
De 5 a 6 de la tarde viene a verme Bruno Morey Fiol. Le acompaña un señor de Mula que lo ha traído en un auto hasta la puerta. En él han quedado familiares del señor. Vienen de Baños de Mula, a donde han ido a ver a este señor que estaba en el Intendente bañándose. El Plaza les ha indicado dónde vivía yo. A Bruno, de momento, no lo he reconocido, pero, al extrañarse de que no lo conociera, he caído en la cuenta de que pudiera ser él, y se lo he dicho y lo ha confirmado. Han pasado al interior el señor y él. Nos hemos sentado en el comedor y, como siempre, ha ponderado mucho la labor que hice en Valldemosa. Hemos hablado de los selectos que han salido de allí, procedentes de mi tiempo. Antes de ir yo, nadie estudiaba. Después de mi estancia allí, estudian el 33%. Ahora no se trabaja allí. Van unos 8 niños a la Escuela. Corren, juegan por las calles. En la Escuela no les enseñan nada. Me ha propuesto que vaya en Julio a Valldemosa porque quieren rendirme un homenaje. Quieren nombrarme Socio de Honor de no sé qué institución. Se van.»
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