La notichia

El cochechico siempre encendía el intermitente del lado contrario al que iba y un camión se lo acabó tragando en un cruce. Del choque contra esa mole de hierro solo quedó la plastilina del volante y murieron los veinte payasos que iban dentro. Las únicas tumbas libres que quedaban en el cementerio estaban en una... Leer más La entrada La notichia aparece primero en Zenda.

Ene 22, 2025 - 07:06
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La notichia

El amiguete Tristón fue de los pocos que lloró de verdad, pero no sé si cuenta, porque ya venía llorando de siempre. Aunque lo más duro fue el sonido de las pelotas en el suelo cuando se les cayeron a todos los malabaristas. Toda la carpa quedó en silencio un milisegundo cuando nos dijeron la notichia. El del diábolo se sorprendió tantísimo que lo tiró hacia arriba con una fuerza descontrolada y rompió la cuerda que unía sus varillas.

El cochechico siempre encendía el intermitente del lado contrario al que iba y un camión se lo acabó tragando en un cruce. Del choque contra esa mole de hierro solo quedó la plastilina del volante y murieron los veinte payasos que iban dentro.

"La familia de los Pequetines sudaba por el esfuerzo de llevar el ataúd más grande. Aunque era evidente que solo lo cargaba el joven Altotón y los demás no llegaban a la caja con sus bracitos"

Las únicas tumbas libres que quedaban en el cementerio estaban en una ladera. Hubo que hacer la tarta tipo Pisa para compensar la inclinación y que no acabara en el suelo antes de tiempo. El Curita Curaçao dio la misa sobre la mesa. Habló por el orificio de la nariz de Nasón para que se enterara todo el mundo, porque el megáfono de la compañía jamás ha tenido pilas. Catorce horas y treinta y nueve minutos duró el discurso de Mudito. Demasiado corto. No dio tiempo a que llegara el ataúd de Patapumpalante. Él solo se movía si recibía una patada en el pompis, así que se formó una cola para ir dándole a la caja. Todos terminaban saltando de dolor en el dedo gordo del pie y apenas movían el ataúd un milímetro por patada. Por suerte, la espera fue placentera para los que estaban de rodillas sobre sus propios zapatones de punta blandurria.

La familia de los Pequetines sudaba por el esfuerzo de llevar el ataúd más grande. Aunque era evidente que solo lo cargaba el joven Altotón y los demás no llegaban a la caja con sus bracitos. Otros subieron media ladera con el mayor de los Tropezones todavía dentro de su caja y no sé ni cómo. Los que lo llevaban tropezaban cada tres pasos y levantaban el “¡uyyyy!” de los presentes.

"Donde más risotadas y bocinas sonaron fue alrededor de don Florencio. Su familia escogió un ataúd de plástico y le pusieron tres ramos de flores que siempre estaban a punto de caerse"

El tuerto Tuertín no se cayó ni se calló en toda la jornada. Decía que alguien tenía que acompañarlo un día más porque él solo lloraba la mitad. Contaba que era una lata para llenar un vaso de lágrimas y que siempre tenía el pañuelo medio seco. Todos lo consolamos con medio abrazo. Girasolillo llevaba sus tirabuzones rubios más brillantes que nunca. Se había pintado demasiadas lágrimas negras en la cara y parecía que había vuelto a tomar el sol con la máscara de esgrima puesta.

Donde más risotadas y bocinas sonaron fue alrededor de don Florencio. Su familia escogió un ataúd de plástico y le pusieron tres ramos de flores que siempre estaban a punto de caerse. Todo el que pasaba corría a colocar bien las flores y acababa empapado por el chorro de agua que salía de los ramos.

Soploncio sacó su trompeta de gala. Mide tres metros y solo da una nota super aguda. Con el primer soplido asustó a los Tropezones y se les cayó el ataúd definitivamente. La tapa se abrió y salió Don Tropezón como solía hacerlo de su caja sorpresa, con globos y confeti saltando por los aires. Todos aplaudieron.

"Bocinas, tromperetas y flautines de émbolo se afinaron para acompañar la actuación de los Chicuelos. Así comenzó el espectáculo de la nueva generación"

Por fin llegó el camión de los Chicuelos. Bajaron veinte niños y los llevaron hasta el baúl abalaustrado. Allí se repartieron las narices rojas, los zapatones, bombines y pelucas de colores de los veinte que iban en el cochechico. Mientras subían al escenario fueron chocando uno a uno con la puerta que se cerraba de sopetón. “Cada vez vienen más preparados”, comentaron los presentes.

El del diábolo estuvo mirando al cielo todo el tiempo. “SSHHHH”, gritó y se colocó flexionando las piernas con sus varillas en las manos conectadas con una nueva cuerda. Se abrió un círculo a su alrededor y sonó un redoble de tambor. La expectación se sintió en todos los corazones y, al golpe del platillo, el diábolo cayó una vez más en la cabeza de Pispireto el despistado.

Bocinas, tromperetas y flautines de émbolo se afinaron para acompañar la actuación de los Chicuelos. Así comenzó el espectáculo de la nueva generación.

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